viernes, 4 de diciembre de 2015

Autodescubrimiento


Hace unos días decidí reunir a un sumiso y a mi esclavo para jugar los tres.
La tarde fue de lo más amena entre tertulias y momentos cómplices, bien es cierto que mi esclavo gusta de complacerme en todo cómo buen hombre fiel y entregado que vive el BDSM como una filosofía más que como un juego. Por ello me lo puso muy fácil a la hora de ponernos a jugar. Los conduje a la sala de juegos, mi particular sala roja donde lo que pasa allí es tan impredecible y magnífico que a veces me faltan las palabras...
Una vez la sesión comenzó y la atmósfera se hubo creado, comenzaron a sonar los floggers, las fustas, los lamentos y las risas como si de una
orquesta sinfónica se tratara. En el aire comenzó a palparse una neblina cargada de erotismo que me llevó a querer llevar más lejos al nuevo sumiso que tenía entre manos, empecé por enfundarme unos guantes y comenzar a palpar su entrepierna que en vez de carne parecía metal lo cual me hizo desear atar para que se mantuviese con esa dureza mucho más tiempo y así ocurrió, el pobre perro estaba muerto de placer casi a punto de alcanzar el orgasmo cuando los obligué a jugar entre ellos.
Mi perro estaba muerto de placer observando como disfrutaba de aquella imagen, mientras que el nuevo postulante llegaba a lo más alto de sus bajos instintos. Cuando al fin recobró la consciencia comenzó a temblar y no hacía otra cosa que renegar y decirme que jamás hubiera llegado tan lejos si no hubiera sido porque logré evadirlo a una realidad tan mágica que no pudo negarse.

La verdad aún sonrío cuando lo recuerdo y es que adoro romper límites que, dentro de lo sano y sensato,  cada cual nos ponemos por miedo a descubrir cosas que nos creemos incapaces de asimilar y disfrutar.
¡Hasta la próxima semana, sed malos y portaros mal!